En español

18 mei 2010 - Guadalajara, Mexico

Toen was het even stil... Het einde van het blok is in zicht: nog drie weken te gaan en t is druk met van alles en nog wat: niet alleen met studeren maar ook een hoop leukigheden. De inspiratie ontbreekt een beetje op het moment, wat indiceert dat het leven hier een stabiel-hoge graad van vertrouwdheid heeft gekregen. Hieronder stukken uit miijn blog  vertaald in het Spaans, voor het college waar ik zometeen eigen schrijfsels (ieh! eng!) moet presenteren. Met heel veel dank aan Wouter en Mexitli voor de hulp bij het vertalen en verbeteren!

- Aquí abajo unas partes de mi blog traducidas al español. Muchísimas gracias a Woutie y Mexitli por la ayuda y las correcciones :-)!

De hecho debería. Alto. ¿Debería? No, mejor hablar de dos cosas que quiero al mismo tiempo: Son las 6:08 de la tarde y dentro de 52 minutos tengo que exponer sobre una escritora mexicana contemporánea. Sé algunas cosas, pero como siempre me dejé 'arrastrar' por la historia del libro (de su mano): una novelita de 80 páginas, letra tamaño 16, que se lee como planear, llena de pueblos venezolanos quemándose, aguas caribeñas y siervos fugitivos que se convierten en médicos de piratas. Voy a masticar una buena historia sobre el sujeto subalterno (pues no tengo la culpa de que me encante el tema) que encuentra una voz en este libro, por una novela histórica, sobre localizaciones, sobre criollización. Pfff... llegó la primavera, el aire está ardiendo y mi cabeza se llena cada día de inspiración.

 

Es como si después de todo el peso de los últimos dos meses, se rompiera la cáscara y yo, por fin, pudiera comer este mango de color amarillo profundo. Así, goloso y con una sonrisa tan ancha que me da dolor de cabeza. Este campus, desmoronándose y con aulas sin pinta, es un pequeño paraíso para el amante de la literatura que está en proceso de autorevelación. Cuando era niño, amaba leer, mis padres pusieron mi trasero sobre la bicicleta (ya que era un niño gordo y flojo que no quería montar la bici), rumbo a la biblioteca pública de Tilburg: primero en el edificio de las escaleras agrisadas donde una máquina de cambio dejaba tintinear los florines a monedas de 25 centavos. Más tarde en un edificio que brillaba en su turquesa noventera. Con este megaperro de peluche en amarrillo-rosa-verde en el rincón juvenil, sobre el que me acostaba aburrido, mientras negociaba con papá y mamá sobre cuántos comics y cuántos libros “verdaderos” íbamos a llevar a casa esta semana. Aún recuerdo las hojitas copiadas con los sellos de fecha de una tortillerona amable con el pelo negro corto y un mechón gris.

Pero ya pasaron 15 años... Ahora mismo estoy en un aula de computación alumbrada con luz fluorescente, donde se enciende y se apaga todo el tiempo el aire acondicionado, sentado en un sillón barato y gente hispanohablante de todo color mestizo. Con un interior ligeramente vibrando de tantas ideas y energía. Todavía queda tanta tierra por atravesar, tanto mar por cruzar y tantas páginas por leer.

Mi segundo intento de empezar una carrera 'académica' empezó con una apatía literaria: en la prepa leí, secretamente gozando, los ocho libros obligatorios de la clase de holandés, novelas con hojitas de papel bíblico para mis clases de Francés y Alemán y una revista de color estridente, que no era una verdadera revista sino una recopilación de artículos horrorosos para mis clases de inglés. Y todo esto obligatorio. Fuera del salón leí también... de vez en cuando. El estancamiento literario se movía así un poquito, hice un curso (también obligatorio) introductorio sobre la literatura latinoamericana, en lo que especialmente la dudosa, horrorosa historia de Rigoberta Menchú era estudiada. Sin embargo, era interesante. Además leí Cien Años de Soledad durante mi segundo viaje por México y lo nombré “favorito”, lo que sigue siendo hoy en día.

Y entonces salí de intercambio. Un torbellino inesperado de impresiones, muchísimo estrés y sentimientos aglutinados. Mientras tanto, algo en mis entrañas se fortalecía. Tengo que escribir tanto, las puntas de mis dedos siguen espumando en el teclado. Tengo que admitir, debo mucho a mis profesores de aquí. Claro, no todas las clases son tremendas, pero ¡qué pasión, qué vida, qué discusiones! Llevan escritores locales al salón, ellos hablan de su obra, la leen, la regalan. Personas modestas, espíritus grandes. Me conmueve. Admito, no es fácil cada vez sentarme en esta sala de lectura cálida y enmohecida, bajo la mirada de estas cabezotas de barro feísimas. Mi VanDale de bolsillo ya está manoseado y sucio... sigo buscando palabras desconocidas. Mis lapicitos son obtusos y mis ganas de leer de vez en cuando también. Aun así, me siento bien. En dos meses leí mucho más que en los tres años de mi bachelor (y esto soy estudiante de humanidades). Espero llevar esta energía, que siga nutriéndome hasta el próximo reto.

(...)

La vida aquí sigue asombrándome. Los contrastes. El hecho de que cuando doblo la esquina de mi manzana, veo un hombre regordete, vestido con una capa de bufón, arrastrando un paquete vago de más o menos dos metros cuadrados hacia la puerta de un casón colonial. Y nadie lo mira. El hecho de que me encuentro con una jacaranda, a las 7 de la mañana de un domingo silencioso en un barrio nice, que deja caer lentamente sus hojitas lilas sobre una banqueta de un gris suave. Parece que susurra en esta luz matinal perfecta, bajo otra vez un cielo azul despejado. Y claro, una capa gruesa de concreto naco sobre sus raíces. El hecho de que un artista, LSD-ado, estropea completamente su estudio en la azotea, mientras abajo, en la misma casa, espera a su dueña una oficina de diseño gráfico perfectamente amueblada con cortinas de color trigueño, estilo Nicesísimo. El hecho de que conozco personas que tuvieron hijos secuestrados, o que eran secuestradas ellas mismas y siguen viviendo alegres. El CLAK de una cucaracha que pisoteo cuando entro borracho la cocina. “México es color”, dijo una de mis maestras. Y por eso se me hacen tan estrafalarios los contrastes.

De Propieza:

Cuando digo a mis compañeros de la clase de historia que se acabaron mis nopales y guayabas, se ríen de mí. Pinche mexicano-holandés. Ayer les pregunté si ellos mismos nunca van al mercado. Qué va, la Soriana va más rápido y más fácil. Pero...

Todos los propietarios de las tiendas que acabo de describir me conocen personalmente. Siempre me preguntarán cómo voy, y si no lo saben todavía, de dónde soy. ¿Qué voy a llevar? Tampoco me engañarán. Me hacen bromitas, chismean con los otros clientes y me dan de vez en cuando algo extra. El ambiente es informal, con algunos me quedo un rato más para preguntar qué onda, si me pueden explicar cómo preparo la verdura X y para contarles lo que hice el fin de semana pasado. Esto, por fin, esto es México. Lo que más voy a extrañar. La gente de mi barrio, de mi mercado, las pláticas cotidianas, la cordialidad y el respeto mutuo. Los colores vivos de todas las verduras apiladas. Los olores intensos de diez pollos desplumados, un queso apestando y fruta cortada. El “permiso” de los porteros cuando pasan, los ojos brillantes de las fruteras, el “gracias carnal 'ta luego” del piñero, y el “adiooooos” prolongado de la abuela que hace las tortas ahogadas más picantes de toda Guadalajara, justo aquí al ladito de mi puerta.

Me corto un trozo de mi mismo. Para dejarlo aquí.

De É proibido cuchila:

El metro merece su propio párrafo. Cómo amo esta magia de tres minutos. Cada 180 segundos para un vagón en el andén pulido, atripado como si fuera Tokio elevado al cuadrado. Vendedores gritando con ese acento típico defeño: por diez pesos un disco con los mejores éxitos rancheros o románticos, un curso de ingles… y todo esto desde mochilitas cortadas, llenadas con bocinas de donde berrea la música. Doce líneas coloradas, cientos de íconos, una para cada parada. El metro del DF se hizo en los años 60 cuando el analfabetismo aún prosperaba abundantemente. ¿Y yo? Yo me pongo mi facha de pocos amigos, de tirapuñales. Cuando me veo reflectado en la ventana me río. Sin embargo, es efectivo: nunca me pasó algo, y ya tres veces atravesé este paraíso de salteadores. Los agujeros negros murmurando me llevan de la catedral de la virgen de Guadalupe hasta el barrio sureño y esnob de Coyoacán. El barrio que se conoce por la casa azul de la bigotona venerada Frietzak Kaal-Ho (Calvo Cucurucho de papas a la francesa). De veras, tal vez era la interesante y digna de Hollywood novia de Diego Rivera, pero no aguanto la cheguevarización de esta mujerona. También dicen que Coyoacán tiene un encanto campesino que ya se perdió en el resto del DF. Y por fin se encuentra aquí la casa vieja del dictador no. 1 y “conquistador” (o sea violador del pueblo mexicano) Hernán Cortés. Me parecieron razones suficientes para visitar el barrio después de un día largo de paseo por la capital. Esperé hospitalidad de atardecer en patios florecientes y coloniales, pero resultó en muchos muros altos, puertas cerradas, casi ser atropellado por fresones de mal humor, mucho más: ser ignorado. Pero esperen, this bitch is fierce. El fresón de mal humor recibió una mirada de “muérete de inmediato y cae en tu sepultura”, el funcionario público que me ignoró por completo tuvo su merecido en un castellano bien sucio y la mujer desinteresada de la oficina del turismo lo sintió también: estuvo 15 minutos cotorreando porquerías por teléfono mientras estaba en su mostrador, mientras yo esperaba el permiso para entrar a la casa de Cortés. Por fin pasé sin permiso y me llamó de inmediato un buen sirviente de la ley. El mismo agente tenía que escuchar mi lamento y me dirigió otra vez hacia la señora Telcel, que me atendió esta vez muy amablemente, deshaciéndose de mí con unos folletos brillantes que encontraron su destino en el papelero. Coyoacán tuvo su segunda oportunidad y en cuanto a mí, se puede pudrir y perecer. Tomé un pesero rumbo a Zapata. En el camión me senté al lado de una chaparrita gordita, con sus pelos chinos bien engrasados, tipo vieja taquera y obviamente no perteneciente a este barrio. Por fin, gracias a Dios, una persona amable. Porque, cada vez, me parece que los mexicanos adinerados solamente están interesados en mí por ser europeo. Prefiero mucho más emborracharme de pulque con un bolero sin uñas, vestido de playera blanca mugrosa, que tomar un buen vino importado con un lacayo talcado en un casón de campaña fantasmosa.


Iqra! / Llamado

 

Sé que un día llegaré al lugar donde tengo que estar. Y si esto va a ser en la ciudad de la que ha escrito tanta gente,

la ciudad de los serafines,

de los caídos del cielo,

de Lucifer y de Ghabriël,

va a ser así.

¿Qué más da la vida?

No es por nada que Ghabriël llegó a Mohammad:

tenía miedo y su esposa Khadija le cubrió con una manta,

la voz de Dios le llamó.

No es por nada que había una zarza ardiente en Horeb.

No es por nada que una ciudad me llama, que lleva el nombre de

Los Ángeles.

 

 

5 Reacties

  1. Devran:
    18 mei 2010
    ... ik ga dit dus niet lezen XD
  2. Mitch:
    20 mei 2010
    oh geweldig... kan ik mn Spaans ff oefenen...
  3. mama:
    21 mei 2010
    Dag jongen, 26 juli in san jose zullen we het er nog eens over hebben ( http://www.sleepinsanjose.com) tot snel. |liefs
  4. jacqueline dekkers:
    25 mei 2010
    nou joris, hier snap ik dus geen bal van.
    ik heb ook geen spaans woordenboek in huis. ik hoor wel een keer van jou, als je weer terug bent, wat er allemaal stond.
    voor nu liefs van jacqueline
  5. maelloutsa:
    7 juni 2010
    Todavía queda tanta tierra por atravesar, tanto mar por cruzar y tantas páginas por leer... Exacto!

    Muy buen texto. ojala publiques mas! (digo textos en español, seguro que los textos en holandes tb son muy buenos)